marzo 31, 2010

#2... o mi concepción del "Espacio Vital".

No soporto que la gente invada mi espacio vital, es una sensación agobiante que me incomoda muchísimo.

Cada persona tiene su propio espacio vital, cada cultura tiene preestablecidas unas distancias que cumplimos sin darnos cuenta, (fíjate en la distancia que mantiene un Finlandés al hablar contigo y la que mantiene un Sevillano, por ejemplo) y cada situación rige nuestro comportamiento; no es lo mismo estar hablando con tu jefa, tu profesor, tu hermana o tu mejor amigo.

Respecto a este tema Edward Hall, un antropólogo americano que falleció el año pasado, escribió un libro llamado "La Dimensión Oculta", en el que explicaba cómo usamos el espacio que nos separa, y acuñó el término "proxémica" para referirse al empleo y percepción del mismo.
Hall distinguía cuatro tipos diferentes de distancias: la íntima (entre 15 y 45 cm.), la personal (46-120 cm.), la social (120-360 cm.) y la pública (más de 360 cm.)

La íntima correspondería a personas con mucha confianza, como pueden ser parejas, amigos, familiares cercanos...
La distancia personal englobaría a las convenciones de trabajo, fiestas, reuniones...
La social nos separa de los desconocidos, por ejemplo, de un dependiente en una tienda.
Y por último, la pública es la que se usa cuando te diriges a más de una persona.
Sin embargo, Edward Hall también distinguía entre culturas, los latinos, por ejemplo, mantienen una distancia menor que los nórdicos, pero también destacaba que dependía de las preferencias personales. Et voilà! Ahí es a donde quería llegar.

Yo soy una persona, como todos los españoles, con raíces latinas, sin embargo, mi carácter se asemeja más al de los alemanes, ingleses, o incluso al de los suecos.
Me cuesta mucho entablar una conversación por primera vez cuando me acaban de presentar a alguien y, aunque en el momento que tengo confianza soy una chica habladora, de primeras es difícil arrancarme unas palabras. No me considero una mujer introvertida, pero tampoco soy la más extrovertida de las personas, digamos que en mi clasificación de las relaciones personales, cuesta ascender de "conocido" a "amigo".
Tengo muy claro quiénes son mis "compañeros" y quiénes son mis amigos, y sólo a los últimos les permito que invadan mi espacio vital.
No me gusta demasiado dar abrazos y besos porque sí, ha de ser un momento concreto, en el que verdaderamente lo sienta así y, generalmente, me siento íncomoda cuando uno de mis "conocidos" o "compañeros" me roza por ejemplo el brazo, aunque sea levemente.

No es algo de lo que esté especialmente orgullosa, pero tampoco me avergüenzo, simplemente es mi concepción del espacio vital, bastante similar a la de Edward Hall por cierto, y eso sí que me hace sentir orgullosa.

marzo 20, 2010

#1... o cómo decidí superar mi minoría de edad.

Hace unos días, pocos, quizá un par, descubrí que algo en mi mente había cambiado, que había madurado y que había conseguido pensar en algo más que en si la ropa que llevaba hoy estaba bien combinada.
Conseguí mirar más allá de mi ombligo y vi que hay un mundo ahí afuera que no me gusta, que está plagado de injusticias y que nadie hacer el menor esfuerzo por evitarlas.
Fue como si el mundo se parase sólo para mí y el resto siguiese girando.

Creo que el siglo XXI es el siglo del egoísmo, a pesar de que cada vez tenemos más posibilidades de comunicarnos a tiempo real con una persona que está en China, sólo nos preocupamos de nosotros mismos, de lo que nos conviene y lo que nos afecta.
Somos incapaces de levantar la mirada y ver a nuestro alrededor; el mundo cada vez está peor y no nos damos cuenta porque estamos demasiado ocupados mirándonos en el espejo.
Quizá no nos vendría mal que en lugar de mirar sólo lo que muestra el primer plano de ese espejo, mirasemos al fondo, a lo que se ve difuminado... qué ves?
Niños y mujeres contrayendo enfermedades a cada segundo en África, terremotos y tsunamis hundiendo, un poco más si cabe, las zonas más pobres de América, guerras que parece nunca terminan en Asia. Y, sin embargo, nosotros, los europeos, seguimos pensando que somos el centro del mundo, seguimos haciendo mapas que muestran una pequeña África al lado de una inmensa Europa, que distorsionan la realidad. Nosotros, con nuestras lentes de oro, cerramos los ojos, apartamos la vista creyendo que así el problema desaparecerá.
Pero el problema seguirá estando ahí, y ya ha llegado el momento de que superemos nuestra minoría de edad y hagamos algo por cambiar el mundo en el que vivimos.
Ya es hora de que en el espejo, en lugar de una persona en primer plano, se vean muchas, en el centro y de la mano.

Yo creo que es posible y voy a luchar por lograrlo.